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Reverencia al Dios que es Santo

  • 25 may
  • 7 Min. de lectura
"Nuestro Dios es santo, por tanto, no endurezcas tu corazón y acérquete a Él con reverencia."




El ser humano tiene una tendencia a olvidar las lecciones del pasado, a tropezar con la misma piedra una y otra vez. Como bien dijo el filósofo George Santayana: "Quien no conoce su historia está condenado a repetirla". Aunque la Escritura nos asegura que "si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas" (2 Corintios 5:17), reflexionar sobre nuestros errores pasados no es en vano. Mirar atrás para identificar qué dejamos de hacer o qué hicimos mal puede ser crucial para entender por qué enfrentamos situaciones dolorosas que afectan nuestras vidas y relaciones.


El profeta Samuel buscaba precisamente esto con su audiencia: que recordaran sus errores pasados, su tendencia a olvidar honrar a Dios, a desobedecerle y, consecuentemente, a ser juzgados. Durante el período de los jueces, el pueblo de Israel vivía un ciclo constante: pecaban, eran oprimidos, se arrepentían, eran librados, disfrutaban de paz y volvían a pecar. Aunque en los tiempos de la monarquía, cuando Samuel escribe, esta dinámica persistía, el pueblo continuaba ofendiendo a Dios, olvidando Su santidad y adorando ídolos. De hecho, en 1 Samuel 7:3, Samuel exhorta a Israel: "Si es que ustedes se vuelven al Señor con todo su corazón, entonces quiten de entre ustedes los dioses extranjeros y a Astarot, y dirijan su corazón al Señor y sírvanle sólo a Él; y Él los librará de la mano de los filisteos."


Abandona tu Idolatría y Vuelve tu Corazón a Dios (1 Samuel 6:1-11)


Recordemos que el arca, símbolo de la presencia de Dios, había estado siete meses en territorio filisteo, y su estancia allí trajo juicio sobre esta nación: tumores y muerte (1 Samuel 5). El arca pasó de ciudad en ciudad –Asdod, Gat, Ecrón– pues la mano de Dios pesaba sobre ellos. Tal fue el daño que los filisteos, desesperados, consultaron a sus sacerdotes y adivinos: "¿Qué haremos con el arca del Señor? Dígannos cómo la hemos de enviar a su lugar" (1 Samuel 6:2).


A primera vista, su pregunta podría parecer sincera. Sin embargo, el contexto revela que su principal motivación era librarse del juicio y la muerte para poder continuar con su idolatría. Los sacerdotes y adivinos aconsejaron devolver el arca, pero no vacía, sino con una ofrenda por la culpa: cinco tumores de oro y cinco ratones de oro, "conforme al número de los príncipes de los filisteos" (1 Samuel 6:4). Añadieron: "Tal vez se alivie su mano de sobre ustedes, de sobre sus dioses y de sobre su tierra" (1 Samuel 6:5). Su preocupación no era haber ofendido al Dios de Israel, sino el bienestar propio, el de sus dioses caídos –como Dagón, que fue encontrado postrado y quebrado ante el arca– y el de su tierra. Habían olvidado que Dios podría estar llamándolos al arrepentimiento, a abandonar su idolatría y volverse al único Dios verdadero. Su clamor, registrado al final del capítulo 5, no era un clamor de conversión, sino un deseo de que Dios se apartara para seguir en su pecado.


Esta actitud resuena en la actualidad. ¿Cuántas veces personas en apuros buscan ayuda, y al recibir consejo y el mensaje del Evangelio, solo desean solucionar el problema inmediato para luego desaparecer hasta la próxima crisis?


La respuesta de los adivinos filisteos fue: "Hagan imágenes de los tumores y de las ratas que han devastado el país y darán gloria al Dios de Israel" (1 Samuel 6:5). Aunque suena espiritual ofrecer sacrificios y dar gloria a Dios, esta era una práctica común en pueblos paganos y no nacía de un arrepentimiento genuino. El verdadero problema radicaba en la dureza de su corazón. Los adivinos les recordaron: "¿Por qué entonces endurecen sus corazones como endurecieron sus corazones los egipcios y Faraón?" (1 Samuel 6:6). Parecían conocer cómo Dios había actuado en Egipto, sacando a Israel con mano poderosa, mientras el corazón de Faraón se endurecía a pesar de las señales (Éxodo 7:3). Los filisteos mostraban la misma actitud: corazones endurecidos. Podían ofrecer cualquier cosa, pero sin un corazón contrito, nada valía.


La preparación para devolver el arca reveló su verdadera intención. Se les instruyó tomar un carro nuevo y dos vacas con crías sobre las cuales no se hubiera puesto yugo, atarlas al carro y llevar sus becerros lejos de ellas a casa (1 Samuel 6:7). El arca del Señor debía colocarse en el carro, y en una caja a su lado, los objetos de oro como ofrenda por la culpa. Luego, debían dejarla ir y observar: "si sube por el camino de su territorio a Bet-semes, entonces Él nos ha hecho este gran mal. Pero si no, entonces sabremos que no fue su mano la que nos hirió, nos sucedió por casualidad" (1 Samuel 6:8-9). Esta era una prueba para Dios. Por naturaleza, esas vacas se resistirían al yugo y su instinto maternal las llevaría de regreso a sus crías, no hacia Israel. Querían ver si lo ocurrido era obra de Dios o pura casualidad. Era una demostración superficial de arrepentimiento.


"Entonces los hombres lo hicieron así: tomaron dos vacas con crías, las ataron al carro y encerraron sus becerros en casa. Colocaron el arca del Señor en el carro y la caja con los ratones de oro y las semejanzas de sus tumores" (1 Samuel 6:10-11). Ejecutaron el plan meticulosamente, más como un experimento para confirmar sus dudas que como un acto de sumisión al Dios de Israel. Esto recuerda a los líderes religiosos en tiempos de Jesús, con apariencias de piedad pero con corazones lejos de Dios. Es una advertencia para no vivir un disfraz de espiritualidad. La falta de arrepentimiento y la idolatría producen corazones insensibles. A menudo, incluso quienes conocen a Dios, al enfrentar dificultades o recibir bendiciones, pueden atribuirlas a la casualidad, a su propia sabiduría o capacidad, en lugar de reconocer la mano de Dios y darle la gloria. Dios sigue llamando a dejar la idolatría y el corazón duro.


Nuestro Dios Santo Merece Reverencia (1 Samuel 6:12-21)


Contra todo pronóstico natural, "las vacas tomaron el camino recto en dirección a Bet-semes. Iban por el camino mugiendo mientras iban, y no se desviaban ni a la derecha ni a la izquierda" (1 Samuel 6:12). Aquí se manifiesta la soberana intervención del Señor. Su instinto las llamaba hacia sus crías, pero algo sobrenatural las guiaba. Como dice el Salmo 135:6: "Todo cuanto el Señor quiere, lo hace en los cielos, en la tierra, en los mares y en todos los abismos". Nada puede oponerse a la perfecta voluntad de Dios.


El pueblo de Bet-semes, que estaba segando el trigo, vio el arca y "se alegraron al verla" (1 Samuel 6:13). ¡Qué gozo después de meses de ausencia de la presencia visible de Dios! Tomaron la madera del carro, las vacas, y sobre una gran piedra ofrecieron holocaustos al Señor (1 Samuel 6:14-15). Esta alegría es comparable a la de los discípulos al ver a Jesús resucitado (Juan 20:20).


Sin embargo, es crucial no ver el arca o los símbolos de la presencia de Dios como amuletos. Israel ya había caído en ese error, llevando el arca a la batalla pensando que garantizaría la victoria, y terminaron derrotados y el arca capturada. De igual forma, algunos creyentes pueden sentirse "guerreros espirituales" cuando todo va bien, pero se desaniman si fallan en sus disciplinas. El gozo en el Señor no debe depender de cuánto "sintamos" Su presencia.


Bet-semes era una ciudad levítica; sus habitantes estaban encargados de lo relacionado con el tabernáculo y la adoración. Conocían la ley. Aunque su ofrenda inicial (usando animales hembra y fuera del tabernáculo) iba en cierto sentido contra la ley mosaica (Levítico 1:3, Deuteronomio 12:5), Dios conocía sus corazones y las circunstancias extraordinarias. No obstante, también conocían las consecuencias de la irreverencia hacia el arca.


Lo que siguió fue trágico. "El Señor hirió a los hombres de Bet-semes porque habían mirado dentro del arca del Señor. De todo el pueblo hirió a cincuenta mil setenta hombres" (1 Samuel 6:19). Violaron el mandato de Números 4:20, que prohibía mirar los objetos sagrados. Lo que comenzó con gozo terminó en llanto y lamento: "¿Quién puede estar delante del Señor, este Dios santo? ¿Y a quién subirá al alejarse de nosotros?" (1 Samuel 6:20).


Este evento nos interpela sobre nuestra actitud al acercarnos a Dios: en la oración, la lectura bíblica, la comunión, la participación en la iglesia. ¿Son meros trámites o actos de adoración consciente? ¿Con qué motivación nos congregamos? ¿Meditamos en el significado de apartar el primer día de la semana para alabar corporativamente? ¿Nuestro servicio es genuino o por llenar un vacío? Al participar de la Cena del Señor, ¿estamos conscientes de su significado, viviendo vidas que honren a Dios entre semana?


La Escritura proclama a Dios como "santo, santo, santo" (Isaías 6:3, Apocalipsis 4:8). Solo este atributo se eleva al tercer grado. Debemos presentarnos con diligencia ante nuestro Dios santo, soberano y Salvador, quien merece ser alabado y reverenciado correctamente.


La pregunta de los hombres de Bet-semes es crucial: "¿Quién puede estar delante de este Dios?" El Salmo 24:3-5 responde: "¿Quién subirá al monte de Jehová? ¿Y quién estará en su lugar santo? El limpio de manos y puro de corazón; el que no ha elevado su alma a cosas vanas, ni jurado con engaño. Él recibirá bendición de Jehová, y justicia del Dios de salvación." ¿Podemos nosotros cumplir esto? No. Nuestro corazón tiende a lo vano, nuestras manos al pecado, nuestra boca al engaño.


Pero hay buenas noticias. Hubo Alguien que sí tuvo manos limpias y corazón puro: Jesucristo. Él no pecó, ni hubo engaño en su boca. Él cargó la ira de Dios, entregando Su vida y llevando el juicio que merecíamos. Murió, resucitó y nos abrió un camino a la presencia misma de Dios. Por Su justicia adjudicada a nosotros, ahora tenemos entrada al Lugar Santísimo (Hebreos 10:19-22).


La historia narrada en 1 Samuel 6 termina de forma similar a como empezó: un pueblo –esta vez el de Israel en Bet-semes– queriendo también deshacerse del arca, enviándola a Quiriat-jearim (1 Samuel 6:21). La dureza de corazón y la irreverencia ante la santidad de Dios son problemas persistentes, no solo en incrédulos, sino también en creyentes. Hebreos 3:12-13 advierte: "Cuídense, hermanos, de que ninguno de ustedes tenga un corazón pecaminoso e incrédulo que los haga apartarse del Dios vivo. Más bien, mientras dure ese «hoy», anímense unos a otros cada día, para que ninguno de ustedes se endurezca por el engaño del pecado."


Para los hombres de Bet-semes, la santidad de Dios fue un problema a evadir. Su pregunta no fue cómo acercarse rectamente a un Dios santo, sino a quién pasarle "el problema". Por medio de Jesucristo, ya no debemos temer estar ante Dios. Un día estaremos cara a cara con Él, gozando de Su presencia eternamente.


Aquel que aún no conoce a Cristo es invitado a poner su fe en Jesús como único y suficiente Salvador. Así, junto a todos los creyentes, podrá estar un día en la presencia de nuestro Dios, adorándole por toda la eternidad.


Nuestro Dios es santo; por tanto, no endurezcamos el corazón, sino acerquémonos a Él con reverencia.


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