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Dios Humilla y Exalta en Cristo

  • 20 abr
  • 8 Min. de lectura

Actualizado: 11 may

Jesús es el rey ungido que es poderoso para juzgar al orgulloso y exaltar al humilde.




Al adentrarnos en la oración de Ana, encontrada en Primera de Samuel capítulo 2, versículos 1 al 11, descubrimos un cántico que va más allá de la gratitud personal por un hijo anhelado. Es una reflexión teológica profunda sobre el carácter y la obra de Dios, un fundamento que nos acompañará a lo largo de todo el libro de Samuel. Ana no se centra en sí misma o en sus circunstancias, sino que usa su experiencia para magnificar a Dios, revelando verdades eternas sobre Su soberanía y justicia.


Consideremos por un momento cómo reaccionamos ante las circunstancias de la vida. A menudo, al enfrentar desafíos o alcanzar logros, nuestra mirada se desvía de Dios. Pensamos en las historias de Juanito Pérez, quien soñaba con un ascenso y atribuyó su frustración a la injusticia de su jefe; o Rosalba Echeverría, confrontada con la estafa y enfocada en la perversidad del mundo; o Magali Esparza, quien tras terminar su residencia médica, solo pensó en su propio esfuerzo. En cada caso, personas que se decían cristianas, ante resultados buenos o malos, no se detuvieron a considerar la mano de Dios en su situación.


El cántico de Ana nos muestra una perspectiva diferente. Ella estaba convencida de que todo a su alrededor tenía que ver con Dios. No se trataba solo de su vida, sino del Dios soberano de la creación interviniendo en los asuntos humanos. Su canto no se trata de Samuel, sino de Dios, de sus atributos y de cómo Él obra. Es una oración enfocada por completo en quién es Dios y qué hace.


La verdad central que emana de este pasaje es que Jesús es el Rey ungido, poderoso para juzgar al orgulloso y exaltar al humilde. Esta es la línea melódica que resonará a lo largo de todo el primer libro de Samuel y a través de toda la Escritura.


En Cristo se Regocija Nuestro Corazón (1 Samuel 2:1-2)


Ana comienza su oración diciendo: "Mi corazón se regocija en el Señor, mi fortaleza en el Señor se exalta, Mi boca habla sin temor contra mis enemigos por cuanto me regocijo en tu salvación". Ana, que había sufrido la burla y el ataque de Penina, ahora podía hablar sin temor. Su gozo y su fortaleza ya no dependían de sus circunstancias externas, sino de haber encontrado regocijo en el Señor. Su salvación, en ese momento, era haber sido rescatada de la esterilidad, una respuesta directa a su oración. Ella se goza en esa intervención divina.


El versículo 2 profundiza en el carácter de Dios: "No hay santo como el Señor, en verdad no hay otro fuera de ti, ni hay roca como nuestro Dios." La base de la alegría de Ana, el fortalecimiento de su fe, no estaba en lo que le sucedió, sino en el Dios que conocía. El carácter de Dios, Su santidad y Su solidez como roca, son el fundamento inquebrantable de su regocijo. Esta imagen de Dios como roca, vista también en el cántico de Moisés (Éxodo 17) y por los salmistas, representa el refugio seguro y la fuente de vida en medio del desierto.


La lección para el creyente es clara: nuestro gozo debe centrarse en la persona, el carácter y la obra de Dios. No solo sentirnos bendecidos cuando las cosas salen a nuestro favor, sino regocijarnos simplemente por tener al único Dios verdadero. La roca es lo importante, no solo el agua que de ella emana. Un gozo verdadero no depende de las circunstancias, sino del Dios que obra.


Ana conocía a este Dios. Por eso podía declarar cómo actuaba y qué le movía. Habla de Su santidad, un atributo precioso, y afirma que no hay otro Dios que pueda producir lo que solo el Dios verdadero produce en ella.


Esto nos lleva a una pregunta crucial: ¿Es Dios, Su persona y Su obra, la razón de nuestro gozo? ¿Es Su santidad, Su carácter, el fundamento de nuestro regocijo? ¿O buscamos el gozo solo en las "aguas" de bendición que fluyen de Él?


Una joven adoptada que conoció a su padre biológico sintió nada al principio, pero al pasar tiempo con él y descubrir quién era, encontró el gozo de haberlo conocido. Así también, ¿cómo podemos gozarnos en alguien que no conocemos? ¿Cómo encontrar regocijo en un Dios que para nosotros es débil o que solo interviene cuando se lo permitimos? ¿Cómo encontrar sostén en la roca de salvación si buscamos salvarnos a través de otras cosas o construimos nuestro propio camino?


Es a Cristo a quien debemos conocer. Debemos dedicar nuestra existencia a descubrir a aquel que nos amó, la roca de salvación, el Dios fuerte y santo. Al descubrirle, nuestra mente, corazón y ser entero encontrarán refugio en Él, porque no hay otro Dios fuera de Él. Es imposible que nuestros afectos, adoración y alabanza se enfoquen en Dios si no se regocijan completamente en Cristo. Solo en Él encontramos fortaleza, socorro para los débiles y la roca sobre la cual edificar toda nuestra vida. Cristo, la roca, es el mejor refugio. Jesús, el Rey ungido, poderoso para juzgar al orgulloso y exaltar al humilde, es en quien nuestro corazón puede regocijarse verdaderamente.


Dios Juzga al Orgulloso y Exalta al Humilde (1 Samuel 2:3-9)


De los versículos 3 al 9, Ana lanza una advertencia a los orgullosos y arrogantes, describiendo lo que Dios hará con ellos y, en contraste, con los humildes. Dice el versículo 3: "No se jacten más ustedes con tanto orgullo. No salga la arrogancia de tu boca porque el Señor es Dios de sabiduría y por Él son pesadas las acciones." Ana sabe cómo actúa Dios y advierte a los orgullosos que cesen su arrogancia ante un Dios sabio que pesa cada una de sus acciones.


Describe cómo los fuertes guerreros con sus arcos serán quebrados y desarmados, mientras que los débiles recobrarán poder (v. 4). Los saciados se alquilarán por pan, y los hambrientos serán saciados (v. 5). Incluso la estéril dará a luz (Ana, aunque tuvo seis hijos, usa el número siete, que representa perfección, para indicar plenitud), mientras que la que tiene muchos hijos (Penina, quien encontraba su fortaleza en ellos) desfallecerá (v. 5).


Los versículos 6 al 8 enfatizan la soberanía de Dios en la vida de orgullosos y humildes: "El Señor da muerte y da vida, hace bajar al Seol y hace subir. El Señor empobrece y enriquece, humilla y también exalta. Levanta del polvo al pobre Y del muladar levanta al necesitado Para hacerlos sentar con los príncipes Y heredar un sitio de honor". Es el Señor quien hace todo, quien ve los corazones y pesa las acciones.


Ana afirma que nada le pertenece al hombre, por más fuerte o poderoso que se crea. Concluye en el versículo 9: "Él guardará los pies de sus santos Pero los malvados son acallados en tinieblas Pues no por la fuerza ha de prevalecer el hombre". Dios guardará a los humildes, pero juzgará a los soberbios, quienes serán aplastados no por fuerza humana, sino por oponerse a la voluntad divina.


Esta porción del canto establece la línea melódica del libro de Samuel: Dios humilla y juzga a los orgullosos, y atiende y exalta a los humildes. Esta verdad no se limita a este libro, sino que recorre todas las Escrituras. Profetas y salmistas hablan de cómo Dios resiste al orgulloso y da gracia al humilde. En el Nuevo Testamento, Santiago y Pedro reiteran que Dios aborrece a los soberbios.


Debemos considerar seriamente cómo lidiamos con el orgullo en nuestras vidas. El orgullo fue el pecado que llevó a Satanás a querer ser igual a Dios, a Adán y Eva a rebelarse, a Caín a matar a Abel, y motivó la construcción de la Torre de Babel. El orgullo corrompe nuestras relaciones con Dios y con los demás, causando problemas en la familia, la iglesia y el trabajo.


Es difícil reconocer el orgullo en nosotros mismos. Requiere humildad. Como dijo C.S. Lewis: "Ser humilde no es pensar menos de ti, sino pensar menos en ti". Esto es un desafío, ya que tendemos a centrarnos desmedidamente en nosotros mismos. Si reconoces que luchas con el orgullo, ese es el primer paso. Si crees que este mensaje no es para ti, arrepiéntete, pues esa misma actitud puede ser una señal de orgullo.


Necesitamos a Jesucristo. Él no escatimó ser igual a Dios, sino que se humilló hasta la muerte de cruz (Filipenses 2:5-8). Él nos da acceso a Dios cuando reconocemos nuestra pobreza y debilidad ante Él. Dios atenderá la súplica de quien lucha contra su orgullo y lo vence, extendiendo Su mano de gracia. Pero si te resistes y permaneces en tu orgullo, Dios también te resistirá. Jesús, como juez justo, aplastará a quienes intenten prevalecer por su propia fuerza. Reconoce tu orgullo y tu pobreza delante de Él.


Cristo: El Ungido Ensalzado con Poder (1 Samuel 2:10-11)


Ana concluye su canto con una profecía preciosa, anunciando a Cristo, el ungido ensalzado con poder (v. 10). "Los que se oponen al Señor serán quebrantados Y Él tronará desde los cielos contra ellos... Dará fortaleza a su Rey y ensalzará el poder de su ungido". Ana está mirando hacia el futuro, anunciando a este Rey, el "ungido" (Mesías en hebreo, Cristo en griego). Esta es la primera vez que esta palabra aparece refiriéndose a una persona en la Escritura, estableciendo un fundamento para la revelación mesiánica que continuaría a través de David, los profetas y los apóstoles.


El canto termina como empezó: todo proviene de Dios. Es Dios quien da fortaleza a Su ungido. Ana, al dejar a Samuel para servir al Señor, cumple su palabra y demuestra su confianza en el Dios soberano.


La conclusión del canto de Ana es una confesión de esperanza y confianza en la obra de Dios, no solo para su nación inmediata, sino para todos aquellos que un día creerían en el Mesías. Su experiencia personal le llevó a tener esperanza en un rey ungido.


Esta esperanza se cumple en Jesucristo. Consideremos el Magnificat de María en Lucas capítulo 1 (Lucas 1:46-55), un cántico que sigue el modelo del de Ana. María no canta sobre algo que iba a suceder, sino sobre algo que estabasucediendo con el anuncio de que ella sería la portadora del Mesías. Ella canta: "Ha hecho proezas con su brazo Ha esparcido a los soberbios en el pensamiento de sus corazones Ha quitado a los poderosos de sus tronos y ha exaltado a los humildes A los hambrientos ha colmado de bienes y ha despedido a los ricos con manos vacías".


María reconoce que Dios se ha fijado en su humilde condición y ha cumplido Su palabra de exaltar a los humildes. Con la venida de Cristo, Dios avergüenza a los reinos y reyes de la tierra, a los lugares de poder, porque el Rey viene a establecer Su reino. María misma, una mujer humilde, es recordada como bienaventurada por traer al Mesías.


Jesús es el Rey ungido, poderoso para juzgar al orgulloso y exaltar al humilde. Al mirar nuestro propio corazón, ¿quién puede decir que es lo suficientemente humilde para merecer Su gracia o Su perdón? Al contrario, hemos pecado por orgullo y soberbia, tardos en reconocer nuestra falta porque no queremos ser humillados.


Vengamos a Cristo, tomando de Su humildad. Él, siendo igual a Dios, se humilló y entregó Su vida para que aquellos que somos orgullosos podamos reconocer nuestra debilidad y tomar de Su gracia. Pedimos a Dios que nos ayude, que intervenga en nuestras vidas para que pensemos menos en nosotros mismos y más en Su gloria, Sus mandatos y nuestro prójimo, para que así nuestro Rey ungido sea exaltado a través de nuestras vidas.

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