Hasta Aquí Nos Ha Ayudado el Señor
- 1 jun
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Vuélvete a Cristo de todo corazón y gozarás de la ayuda de Dios para siempre.
Las relaciones humanas, diseñadas por Dios para ser fuente de compañía y apoyo, a menudo se complican debido al pecado. Conflictos derivados del orgullo, el chisme o la ira pueden fracturar lazos importantes, incluso con aquellos con quienes convivimos. En ocasiones, uno prefiere mantener distancia para evitar la fricción. Sin embargo, ¿qué sucede cuando se necesita imperiosamente la ayuda de esa persona con la que existe un conflicto? Se hace necesario un acto de humildad, un "volverse" que implica quebrantar el orgullo, pedir perdón y buscar la restauración para recibir el apoyo necesario.
Esta dinámica humana refleja la situación del pueblo de Israel descrita en 1 Samuel, capítulo 7. Israel añoraba la presencia y la ayuda de Dios, pero su idolatría y pecado los habían alejado del Señor, privándolos de Su favor. Ante esta realidad, el profeta Samuel entrega un mensaje claro y directo, una invitación perenne a la restauración y a la bendición divina.
Volverte a Cristo Significa Arrepentimiento y Cambio de Vida (1 Samuel 7:1-6)
El relato bíblico comienza describiendo cómo el arca del Señor, después de un largo período de veinte años en Kiriat-Jearim, se convierte en un símbolo del anhelo de Israel por Dios (1 Samuel 7:1-2). La ubicación del arca, lejos de Silo, su lugar designado, evidenciaba la fractura en la relación entre Israel y su Dios, una consecuencia del juicio divino por los pecados pasados. Dios permitió esta distancia para que Israel sintiera la ausencia de Su presencia y reconociera su alejamiento.
Es en este contexto que Samuel se dirige a toda la casa de Israel sin rodeos. Si deseaban liberarse del yugo filisteo y experimentar nuevamente el favor divino, la condición era clara: volverse al Señor con todo el corazón. Esto implicaba una acción radical: quitar los dioses extranjeros y a Astarot, dirigir su corazón exclusivamente a Jehová y servirle solo a Él (1 Samuel 7:3). Este llamado apelaba a la voluntad de un pueblo que conocía la gracia y el poder de Dios, un pueblo que había experimentado Su mano en el pasado.
La respuesta de Israel fue inmediata y tangible: "Los israelitas quitaron a los Baales y a Astarot y sirvieron solo al Señor" (1 Samuel 7:4). Esta obediencia no fue una mera euforia momentánea, sino una evidencia de un arrepentimiento genuino. Samuel, al ver esta disposición, convocó a Israel en Mizpa para orar por ellos. Allí, el pueblo manifestó su arrepentimiento a través de tres acciones significativas: derramaron agua delante del Señor, un acto simbólico de entrega a Su voluntad; ayunaron, expresando humildad y la necesidad del perdón divino; y confesaron abiertamente: "Hemos pecado contra el Señor" (1 Samuel 7:5-6). Esta confesión pública demostraba la profundidad de su cambio. Al contemplar estas evidencias, Samuel tuvo la convicción de que Dios obraría conforme a Su promesa de liberación.
Volverse al Señor no es simplemente un cambio superficial de conducta o retomar prácticas religiosas. Es un asunto del corazón, una renuncia al yo, al ego y al orgullo. Implica una humillación voluntaria para reconocer los ídolos que se han albergado en el corazón –sean estos personas, posesiones, seguridades terrenales o cualquier cosa que desplace a Dios–. Es fácil modificar comportamientos externos, pero lo verdaderamente difícil es el arrepentimiento sincero que nace de un corazón transformado.
Un arrepentimiento genuino se traduce en acciones visibles: se abandonan las prácticas pecaminosas, se derriban los ídolos personales y se comienza a vivir según las demandas del Evangelio. Para el creyente, esto significa vivir en un constante proceso de "matar el pecado", como lo expresó John Owen, refiriéndose a la necesidad de mortificar diariamente la vieja naturaleza. Significa alejarse de la tentación y vivir en el Espíritu, de acuerdo con la Palabra de Dios. Si hay una desviación del camino, es un llamado a retomar la senda de justicia. Para quien aún no es creyente, volverse al Señor implica abandonar la vieja vida, reconocer el pecado, y acudir a Cristo con fe y arrepentimiento para encontrar gracia y perdón.
Volverte a Cristo Asegura la Intervención y Ayuda de Dios (1 Samuel 7:7-17)
La sinceridad del arrepentimiento de Israel pronto fue puesta a prueba. Al enterarse de la congregación en Mizpa, los príncipes filisteos subieron contra ellos. A pesar de su reciente compromiso con Dios, el temor se apoderó de los israelitas (1 Samuel 7:7). Era una reacción comprensible después de tanto tiempo alejados del Señor. Sin embargo, esta vez, en lugar de confiar en objetos o en sus propias fuerzas, acudieron a Samuel, pidiéndole que clamara a Dios por su liberación (1 Samuel 7:8). Reconocían su necesidad de un intercesor.
Samuel ofreció un holocausto y clamó al Señor. Dios, viendo el arrepentimiento de Su pueblo, su humillación, el sacrificio ofrecido y el clamor del intercesor, actuó poderosamente. Mientras Samuel ofrecía el sacrificio, el Señor tronó con gran estruendo contra los filisteos, confundiéndolos y derrotándolos delante de Israel (1 Samuel 7:9-10). La victoria fue tan contundente que los israelitas persiguieron a sus enemigos más allá de Bet-car (1 Samuel 7:11).
En reconocimiento de que la victoria pertenecía exclusivamente a Dios, "Samuel tomó una piedra y la colocó entre Mizpa y Sen, y la llamó Eben-ezer (piedra de ayuda), diciendo: Hasta aquí nos ha ayudado el Señor" (1 Samuel 7:12). Esta declaración no solo reconocía la ayuda divina hasta ese punto geográfico y cronológico, sino que también abría la puerta a la esperanza de ayuda futura si el pueblo permanecía fiel. La victoria fue completa: los filisteos fueron sometidos, el territorio fue recuperado y la paz se estableció, permitiendo a Samuel juzgar a Israel sin impedimentos (1 Samuel 7:13-17). La ayuda de Dios no es parcial, sino plena.
Este relato sirve como un recordatorio constante de la gracia de Dios. Él nos ofrece continuamente la oportunidad de arrepentirnos. En lugar de recibir el juicio merecido por el pecado, encontramos una invitación a volver a Él. La promesa es clara y firme, como lo expresó Jesucristo: "Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera" (Juan 6:37).
Al volvernos a Cristo de todo corazón, no solo se obtiene una ayuda momentánea, sino una ayuda eterna. Él se convierte en nuestro defensor, la roca de nuestra salvación, nuestro pronto auxilio y eterno socorro. Su Espíritu Santo, el Paracleto –el Ayudador– mora en nosotros como sello de esta promesa. Por lo tanto, cada día, sin importar las circunstancias, el creyente puede declarar: "Hasta aquí el Señor me ha ayudado". Esta convicción no depende de milagros extraordinarios, sino del recuerdo constante de haber sido librados de la ira de Dios y de reconocer la presencia de Su Espíritu en nosotros.
Incluso si las dificultades persisten –enfermedad, crisis económicas o emocionales–, la ayuda fundamental ya ha sido provista: Cristo tomó sobre sí la ira de Dios que merecíamos por nuestros pecados. Su mediación nos asegura que, en Él, Dios siempre será nuestro ayudador.
La ayuda que se encuentra en Cristo es incondicional y perpetua, a diferencia de la ayuda humana que puede ser fluctuante o condicionada. Como lo expresa el pastor Miguel Núñez en su libro "Volveos a Mí", al reflexionar sobre la vida de un creyente que encuentra su ayuda en Dios y vive en arrepentimiento: "No hay pérdida que su presencia no pueda reemplazar. No hay vacío que su suficiencia no pueda llenar... No hay esclavitud que su poder no pueda romper".
Volverse a Cristo de todo corazón es la clave para gozar de la ayuda inagotable de Dios, hoy y para siempre.
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