Vivir sin la Gloria de Dios es una Tragedia
- 11 may
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"Vivir sin la gloria de Dios es una tragedia."
El Capítulo 4 del primer libro de Samuel revela profundas verdades sobre la relación del pueblo de Israel con la presencia de Dios y las consecuencias de su desobediencia. La historia comienza con Israel enfrentándose en batalla contra los filisteos, un conflicto que traería consigo una serie de eventos trágicos.
La Gloria de Dios es Manipulada (1 Samuel 4:1-11)
La palabra del Señor había regresado a Israel por medio de Samuel, y en este capítulo se cumplen dos profecías dadas a Elí. La primera, anunciada en el capítulo 2 por un hombre de Dios, pronosticaba la muerte de los hijos de Elí, Ofni y Finees, por su desprecio a los sacrificios y ofrendas del Señor, cortando así la línea sacerdotal. La segunda profecía, del capítulo 3, advertía que Dios haría algo que retumbaría en los oídos de todos los que lo escucharan.
La primera batalla entre Israel y los filisteos resultó en una derrota aplastante para Israel, con la muerte de aproximadamente cuatro mil hombres. Consternados, los ancianos de Israel se preguntaron: "¿Por qué nos ha derrotado hoy el Señor delante de los filisteos?" Sin embargo, en lugar de buscar la voluntad del Señor a través de Samuel o de reflexionar sobre su propio pecado, decidieron que la solución estaba en una acción externa. Su entendimiento, que era limitado y centrado en sí mismos, los llevó a la conclusión de que si traían el Arca del Pacto del Señor al campo de batalla, la victoria sería suya.
Esta idea, similar a la creencia en objetos mágicos, reflejaba una actitud de manipulación hacia Dios. Trataron al Señor como una cosa que podía ser movida y utilizada a su antojo, convirtiendo el Arca en un amuleto. Ofni y Finees, ya acostumbrados a despreciar al Señor, no dudaron en llevar el Arca, el objeto más sagrado que simbolizaba la gloriosa presencia de Dios y el lugar de encuentro con Él (Éxodo 25, Números 7), al campo de batalla. Habían perdido el asombro y la reverencia por la presencia santa de Dios.
Cuando el Arca llegó al campamento, Israel gritó con tal fuerza que la tierra tembló, infundiendo temor en los filisteos, quienes recordaban el poder de Dios que había herido a los egipcios con plagas en el desierto. Sin embargo, su teología era defectuosa, pues pensaban que Israel tenía muchos dioses, quizás por la propia idolatría que el pueblo practicaba al adorar a dioses extranjeros como Baal y Astarot, como se verá más adelante en el libro.
A pesar de la euforia y la expectativa de Israel, el "objeto mágico" no funcionó. El pueblo de Israel sufrió una derrota aún más devastadora, perdiendo treinta mil soldados. Las profecías se cumplieron de manera dolorosa: Ofni y Finees murieron el mismo día, y el Arca de Dios fue capturada, un evento que, sin duda, hizo retumbar los oídos de todos.
Lo que podemos aprender de esta sección es fundamental. El Dios de ese entonces sigue siendo el mismo Dios. Él es el Señor de los ejércitos, soberano sobre todo poder. Dios no puede ser acorralado, transportado, usado o manipulado para que cumpla nuestros caprichos. Él no es el genio de la lámpara; Él es el Amo y Señor del universo.
Nuestra condición caída como humanos es igual a la nuestra. Ante los problemas, a menudo buscamos soluciones prácticas fuera de nosotros mismos, sin recurrir al arrepentimiento. Al igual que el mundo sin Cristo usa amuletos y supersticiones, los creyentes también pueden caer en la tentación de manipular a Dios, pensando que ciertas acciones les asegurarán bendiciones o éxito. Creer que el devocional diario, la vestimenta modesta, la pureza sexual antes del matrimonio o ciertos pasos garantizan una vida sin problemas es un error similar al de los ancianos. Dios no está obligado a responder a nuestras fórmulas. Nuestra tendencia es manipularlo para que se haga nuestra voluntad.
Además, esta historia nos insta a preguntarnos: ¿Cómo tratamos las cosas sagradas de Dios? ¿Seguimos asombrados por el sacrificio de Jesucristo, por Su Palabra, por la iglesia por la cual Él murió y donde mora Su Espíritu? Cuando perdemos el sentido de asombro y reverencia, despreciamos lo que Dios aprecia y terminamos usándolo para nuestras conveniencias. Vivir sin la gloria de Dios es una tragedia.
La Gloria de Dios se ha Ido (1 Samuel 4:12-22)
Las malas noticias continúan. Un hombre de Benjamín huyó del campo de batalla y llegó a Silo con sus vestidos rotos y polvo sobre su cabeza, señal de profundo dolor. Israel perdió, hubo una gran matanza, los sacerdotes murieron y el Arca fue tomada. Elí, un anciano de 98 años y ciego, estaba sentado junto al camino, su corazón temblaba por el Arca de Dios.
Cuando el hombre entró en la ciudad y la noticia se esparció, se levantó un clamor, un grito de dolor y desesperanza, muy diferente al clamor inicial de jactancia. Elí, al escuchar el tumulto, preguntó qué sucedía. El mensajero le dio la noticia de mal en peor: Israel fue vencido, hubo una gran matanza, sus dos hijos murieron, y finalmente, el Arca de Dios fue tomada. Al escuchar la captura del Arca, Elí cayó de su asiento hacia atrás, se rompió la nuca y murió, pues era anciano y pesaba mucho.
Las tragedias se apilaban: ejército derrotado, 30 mil muertos, sacerdotes muertos, el Arca tomada y ahora el juez Elí muerto. Pero la espiral de dolor no se detuvo. La nuera de Elí, esposa de Finees, estaba encinta y a punto de dar a luz. Al escuchar las noticias de la captura del Arca y la muerte de su suegro y su marido, le sobrevinieron los dolores de parto. A punto de morir, las mujeres a su alrededor intentaron darle esperanza diciéndole que había dado a luz un hijo varón. Ella no respondió, sino que llamó al niño Icabod, que significa "¿Dónde está la gloria?" o "La gloria de Dios se ha ido". Su nombre recordaría para siempre al pueblo la gran tragedia: la gloria de Israel, simbolizada por la presencia del Señor en el Arca, ya no estaba entre ellos. Ella proclamaba que la vida sin Dios no tiene sentido, que la vida apartada de Dios es una tragedia.
El autor original buscaba que su audiencia entendiera que esto era una tragedia inmensa, que la gloria de Dios no puede ser manipulada y que hacerlo trae graves consecuencias. La gloria de Dios en el Arca nunca regresó a Silo, una ciudad que fue destruida por la idolatría del pueblo (Salmo 78, Jeremías). El Arca recorrió los pueblos filisteos, regresó a Israel, y David la llevó a Jerusalén. Salomón la colocó en el Lugar Santísimo del templo que construyó, donde hubo una manifestación visible de la gloria de Dios.
Sin embargo, el pueblo regresó a su infidelidad, y Dios los dispersó. El profeta Ezequiel vio en visión cómo la gloria de Dios dejaba el templo y no regresaba por siglos. Pero, ¡la gloria regresó! La presencia manifiesta del Señor de los ejércitos volvió a hacerse presente entre su pueblo, no en una caja de madera forrada de oro, sino encarnada. El apóstol Juan escribió en su Evangelio (Juan 1:14): "Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros, y vimos su gloria; gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad."
Jesús, la gloria de Dios, manifestó esta gloria para que todos creyeran en Él. Conocer a Cristo como Salvador y obedecerle como Señor es tener la gloria de Dios, es tener una identidad cimentada en Él y una esperanza certera en el futuro, a pesar de cualquier sufrimiento presente. Vivir sin la gloria de Dios es una tragedia, pero vivir con la gloria de Dios, con Jesucristo, es la máxima plenitud.
Hemos sido rescatados de nuestra vana manera de vivir, salvados del poder del pecado y de la muerte. Jesús ha pagado el castigo por nuestros pecados, y ahora tenemos Su rectitud. Hemos sido adoptados como hijos de Dios, Su Espíritu mora en nosotros y tenemos la esperanza certera de que Él regresará para hacer todas las cosas nuevas.
Si no se ve a Jesús como la gloria de Dios, si no se ha rendido la vida a Cristo reconociendo el pecado y poniendo la confianza en Él, vivir sin la gloria de Dios será una tragedia eterna. No se puede manipular a Dios para salvarse a sí mismo. Solo Dios puede salvar, y el medio de salvación es la fe en el Señor Jesucristo, la manifestación de la gloria de Dios. No importando cuánto tiempo se lleve explorando la fe, reconocer que sin Cristo vivir la vida sería una tragedia. Acercarse a Él en arrepentimiento por la rebeldía y confiar que Él salva porque pagó el precio por los pecados en la cruz.
Recordemos que Dios sigue siendo el mismo y nunca cambia. Tengamos cuidado de no intentar manipularlo, sino de someternos a Él. Apreciemos y mantengamos siempre lo sagrado de Dios entre nosotros: a Cristo, Su Palabra y Su Iglesia. No perdamos a Cristo por buscar cosas fuera de Él. Apreciemos infinitamente la máxima manifestación de la gloria de Dios en nuestro Señor Jesús. Porque vivir sin la gloria de Dios es una tragedia, pero vivir con la gloria de Dios, con Jesús, es la máxima plenitud.
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