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Image by Jean-Philippe Delberghe

Escuchar, Obedecer y Proclamar

  • 5 may
  • 6 Min. de lectura

Actualizado: 11 may



Dios anhela un pueblo que escuche, obedezca y proclame su palabra con fidelidad.

El libro de 1 Samuel, capítulos 3 y la primera parte del 4, presenta un escenario desafiante para el pueblo de Israel. En aquellos días, la palabra del Señor escaseaba, y las visiones divinas no eran frecuentes (1 Samuel 3:1). Esta situación se compara con una hambruna, no de alimento físico, sino de la guía y revelación de Dios, una escasez que marchita el espíritu y pone en peligro el alma. La causa de esta carencia residía en el pecado y la insensibilidad de los líderes de Israel, quienes habían endurecido su corazón y no podían escuchar a Dios para ministrar a su pueblo.


Para evitar una crisis similar en la iglesia de hoy, es fundamental comprender lo que Dios espera de su pueblo en relación con su palabra.


La Palabra Debe Ser Escuchada con Reverencia

El texto bíblico comienza presentando al joven Samuel sirviendo al Señor en presencia de Elí (1 Samuel 3:1). Aunque la edad exacta de Samuel no se especifica, lo importante es que él servía en el santuario, cumpliendo con sus responsabilidades. A pesar de que la actividad religiosa continuaba (sacrificios, liturgia), Dios no hablaba. La comunicación profética, que era el medio por el cual Dios revelaba su voluntad en el Antiguo Pacto, había cesado. Esto ocurría porque la desobediencia de los líderes impedía que Dios se revelara, un principio que se observa en otros pasajes como 1 Samuel 14:37 y 1 Samuel 28:6, donde Saúl, tras desobedecer, no recibe respuesta de Dios.


En medio de esta escasez, Dios ve en Samuel un instrumento que podía usar (1 Samuel 3:2-3). El relato señala que Elí, el sacerdote, tenía la vista debilitada, lo cual según Levítico 21:17-18 lo inhabilitaba para el sacerdocio, sugiriendo la necesidad de un sucesor. Samuel estaba en el templo cuando Dios lo llama, cerca de la lámpara que debía arder siempre, sirviendo de todo corazón.


Dios llama a Samuel por nombre en tres ocasiones (1 Samuel 3:4-10), pero el muchacho no reconoce su voz. A pesar de servir al Señor con disposición, Samuel aún no lo conocía de manera íntima; la palabra de Dios no se le había revelado personalmente (1 Samuel 3:7).


Por eso no entendía quién le llamaba, pues la voz de Dios era algo que escaseaba en Israel. Elí, que sí conocía la forma en que Dios obraba, comprende que es el Señor quien llama y le instruye a responder: "Habla, Señor, que tu siervo escucha" (1 Samuel 3:9-10). Este es el momento en que Samuel, y a través de él el pueblo, recibiría el mensaje de Dios.


La palabra que Dios le da a Samuel es impactante: anunciará un juicio sobre la casa de Elí por la iniquidad que él conocía y no reprendió (1 Samuel 3:11-14). Este juicio era irreversible, sin posibilidad de expiación por sacrificio u ofrenda. La severidad del mensaje resalta la importancia de escuchar atentamente a Dios, especialmente cuando su palabra anuncia juicio sobre el pecado y la desobediencia.


La escasez de la palabra comienza con el liderazgo, pero se extiende a todo el pueblo cuando no hay quien la ministre fielmente. Hoy, la palabra escrita de Dios es la revelación completa, pero la escasez puede manifestarse cuando los líderes no predican la Escritura o cuando el pueblo no se expone a ella.


Hay maneras prácticas de escuchar la palabra con reverencia. Una fundamental es congregarse fielmente. La congregación no es un simple ritual, sino el lugar donde Dios ha decidido reunirse con su pueblo para hablar a través de la predicación fiel de su palabra. Al congregarse, se recibe el alimento espiritual, la instrucción y el ánimo que Dios provee en el contexto de la iglesia local. Escuchar la palabra también implica hacerlo con la actitud correcta: con humildad y un corazón receptivo, sin importar quién sea el mensajero.


La pregunta clave es: ¿Qué pecados impiden escuchar la palabra de Dios, ya sea predicada o leída? El orgullo, la pereza, la negligencia, la impaciencia o la arrogancia pueden ser barreras. Es vital arrepentirse de tales pecados y buscar los medios que Dios ha establecido para que su palabra sea escuchada con atención. Dios anhela un pueblo que escucha su palabra con atención.


La Palabra Debe Ser Obedecida al Costo que Sea

Tras recibir el mensaje divino, Samuel temía contárselo a Elí (1 Samuel 3:15). Comunicar un juicio tan severo a la persona que le había instruido y que representaba la autoridad religiosa no era tarea fácil. Sin embargo, Elí, al darse cuenta de que Dios había hablado a Samuel, insiste en que no le oculte nada, bajo juramento (1 Samuel 3:17). Samuel, a pesar del temor, obedece a Dios y le cuenta a Elí todo lo que el Señor había dicho (1 Samuel 3:18). La respuesta de Elí, "Él es el Señor; que haga lo que bien le parezca" (1 Samuel 3:18), muestra una resignación que confirma la justicia del juicio, aunque refleja su falta de acción previa para corregir a sus hijos.


Esta escena contrasta a dos personas que, de alguna manera, creían y amaban a Dios: Samuel, que escucha y obedece la palabra a pesar de lo difícil que era, y Elí, que conocía la palabra pero no la obedeció al no confrontar el pecado en su propia casa. Ser oidores de la palabra no es suficiente; se trata de ser hacedores, como enseña el apóstol Santiago.


¿Qué se hace con la palabra recibida? ¿Se guarda en un cajón o se obedece? Obedecer la palabra implica muchas veces ceder ante deseos y placeres personales, lo cual requiere morir a uno mismo para seguir lo que Dios pide, aunque parezca difícil. La obediencia a veces demanda gran valentía, especialmente cuando implica tomar decisiones impopulares o confrontar el pecado (en la vida personal o en la iglesia, como en la disciplina pastoral).


Obedecer a Dios no siempre es sencillo, pero es necesario porque Él lo pide y Él respalda a quienes le honran. Para aquellos que aún no han entregado sus vidas a Cristo, la obediencia inicial implica arrepentirse y creer en Él. Esto cuesta la vida, los sueños, los deseos, al poner todo bajo el señorío de Jesús, pero a cambio se recibe vida verdadera y en abundancia. Dios anhela un pueblo que no solo escucha con reverencia, sino que también obedece su palabra al costo que sea.


La Palabra Debe Ser Proclamada con Fidelidad

La historia continúa mostrando el respaldo de Dios a Samuel (1 Samuel 3:19-21; 4:1a). Samuel creció, y el Señor estaba con él, cumpliendo cada palabra que Samuel anunciaba; ninguna de sus palabras "cayó a tierra". Esto confirmaba a Samuel como un verdadero profeta, levantado por Dios para traer su mensaje a un pueblo necesitado. La palabra de Samuel llegaba a todo Israel, desde Dan hasta Beerseba, demostrando que Dios anhela que su palabra no escasee, sino que corra por todas partes.


Para que la palabra corra, se necesita quien la escuche y la obedezca, pero también quien la proclame. Si solo se escucha y obedece pero no se comparte, el mensaje se queda a medias y otros no pueden beneficiarse de su poder transformador. La escasez de la palabra en Israel no solo se debía a la falta de escucha y obediencia, sino también a la ausencia de un portavoz fiel.


Dios ha encomendado a su pueblo la tarea de proclamar su palabra. Jesús mismo mandó a sus discípulos a hacer discípulos predicando el evangelio (Mateo 28:19-20, Marcos 16, Hechos 1). La proclamación del evangelio requiere usar palabras. La idea de "predicar con la vida y usar palabras si es necesario" es errónea, pues el poder transformador reside en el contenido del mensaje del evangelio: la vida perfecta de Jesús, su muerte en la cruz por los pecadores y su resurrección. Este mensaje tiene poder para salvar y santificar.


Dios anhela un pueblo que proclame su palabra con fidelidad. Esto implica ser fieles a lo que dice la Escritura, sin diluir el mensaje con ideas ajenas o charlas motivacionales vacías. Samuel fue fiel en compartir todo lo que Dios le dijo, y Dios respaldó su palabra. De igual manera, Dios respaldará la palabra anunciada fielmente por su pueblo.


La proclamación no se limita a un púlpito; comienza en el hogar, continúa en el trabajo y se extiende por las ciudades. La pregunta es: ¿Por qué no se está predicando la palabra? ¿Qué impide proclamar el mensaje con fidelidad? Dios llama a ser voceros obedientes que proclamen con fidelidad lo que Él ha mandado.


En la historia de Israel, hubo un "silencio de 400 años" entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, un tiempo sin profetas reconocidos ni libros inspirados. Pero en medio de esa hambruna espiritual, Dios respondió enviando a su Hijo Jesucristo. Jesús es la Palabra encarnada (Juan 1:1-14), quien escuchó atentamente a su Padre, obedeció perfectamente al costo de su vida y proclamó la palabra fielmente. Hoy, en medio del caos del mundo, la palabra de Dios sigue viva y eficaz. Jesucristo, el profeta de profetas, es la palabra que trae vida.


Dios anhela un pueblo que escuche, obedezca y proclame su palabra con fidelidad. Que la palabra de Dios no escasee en las vidas, hogares, trabajos e iglesia, sino que corra libremente, trayendo vida y transformación a un mundo que la necesita urgentemente.

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