Derrama tu alma ante el Padre Celestial
- 13 abr
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Actualizado: 11 may
"Dios escucha y responde el clamor de los que se humillan. Por lo tanto, descansa en Él y adórale."
En el siglo XIX, un pastor y evangelista llamado George Müller fundó orfanatos en Bristol, cuidando a más de diez mil niños sin pedir dinero a nadie. Su provisión venía únicamente de la oración a Dios. Una historia notable relata cómo, una mañana, cientos de niños estaban listos para desayunar sin que hubiera comida ni dinero. Müller los sentó a la mesa, les pidió orar y dar gracias por el desayuno que Dios les proveería. Poco después, el panadero del pueblo tocó a la puerta, sintiendo la dirección de Dios para hornear pan extra y llevarlo al orfanato. Luego, el lechero llegó con su carro averiado justo enfrente, ofreciendo su leche antes de que se echara a perder. Ese día, los niños desayunaron pan y leche fresca, respondiendo Dios a la oración de Müller con precisión. Esta historia es un poderoso testimonio de que, ante las necesidades o las tempestades de la vida, antes de buscar ayuda en otros, se debe acudir a Dios y derramar las preocupaciones ante Él.
La oración es el medio que Dios ha dado para entregarle todas las ansiedades y cargas, pero es, tristemente, el medio más descuidado por muchos creyentes. Para evitarlo, es fundamental recordar que Dios escucha y responde el clamor de los que se humillan. Esta verdad es la misma que vivió Ana en el pasaje de 1 Samuel.
La oración alivia el alma de los afligidos
Para comprender la historia de Ana, es importante situarse en el contexto del libro de 1 Samuel. Este libro, escrito antes del exilio y durante la época de los reyes, narra la transición de la teocracia (gobierno de Dios) a la monarquía (gobierno del hombre). A través de sus páginas, se observa cómo Dios exalta a los humildes y desecha a los orgullosos.
El pasaje de 1 Samuel 1:1-8 introduce a Elcaná, un hombre con dos esposas: Penina, quien tenía hijos, y Ana, quien no. Es importante recordar que, aunque se menciona la poligamia, Dios estableció el matrimonio como la unión de un hombre y una mujer, como Jesús mismo afirmó en Mateo 19:3-6, donde declara que "lo que Dios ha unido, ningún hombre lo separe".
Penina provocaba amargamente a Ana por su infertilidad, una condición que en esa época se consideraba una maldición. El sufrimiento de Ana era tan profundo que lloraba y no comía. Incluso su esposo Elcaná, en un intento de consuelo, le preguntó: "¿Por qué lloras y no comes? ¿Por qué está triste tu corazón? ¿No soy yo para ti mejor que diez hijos?".
En su profunda angustia (1 Samuel 1:9-18), Ana se refugió en Dios Todopoderoso. Entró al templo, clamó por un hijo y prometió dedicarlo al servicio del Señor por toda su vida. Allí, el sacerdote Elí la encontró orando y, confundiéndola con una mujer ebria, la reprendió. Ana le respondió: "No, señor mío, soy una mujer angustiada en espíritu. No he bebido vino ni licor, sino que he derramado mi alma delante del Señor." Tras escucharla, Elí la bendijo y le deseó que Dios le concediera su petición. Inmediatamente, el semblante de Ana cambió; su amargura se convirtió en consuelo, su turbación en paz. A pesar de que Dios aún no había respondido, ella confió en la oración que había hecho a este Dios soberano.
Esta historia enseña varias lecciones. El mundo está lleno de problemas y dolor, y las aflicciones son inevitables. A menudo, el dolor proviene de las personas que nos rodean. Sin embargo, la pregunta fundamental es: ¿en quién nos refugiamos? Muchas veces, se comete el error de confiar más en familiares o amigos que en Dios. Pero la verdad invaluable es que se debe buscar a Dios ante cualquier dificultad. Él es grande, soberano, eterno, fiel, y capaz de resolver cualquier problema.
Cuando la congoja, el sufrimiento o una circunstancia difícil golpean, la invitación es clara: orar a Dios. Derramar las lágrimas y el corazón lastimado ante Él. Decirle que se está asustado, desconsolado o turbado, porque Él entiende más que cualquier ser humano. Dios no es un Dios lejano; es cercano y entiende lo que se está viviendo. Para aquellos que están siendo atormentados por el pecado, es necesario humillarse en oración y pedirle a Dios que los rescate. Él tiene el poder para liberar de cualquier atadura, siendo más grande que cualquier pecado, tormento o situación. La oración no es para manipular a Dios como un genio de la lámpara, sino para buscarlo como el Padre amoroso que se preocupa por sus hijos.
Ana, a pesar de las burlas y el desánimo, puso su confianza en Dios. Sabía que Él era el único que podía cambiar su circunstancia. Cuando Ana se presentó ante Dios desanimada, salió animada y en paz. La oración es el medio para echar las cargas ante Dios, donde Él consuela y restaura el corazón. Se debe orar con humildad, pero también con la confianza de ser consolados. Dios obra en medio de la desesperación y el desconsuelo.
Adora a Dios porque Él escucha y responde tus oraciones
Al día siguiente de su oración, Ana, junto con su familia, adoró a Dios y regresó a casa. A pesar de la amargura inicial, salió del templo con el semblante transformado y en paz, y al día siguiente volvió a adorar. Después de un tiempo, Dios se acordó de ella y le concedió un hijo, a quien llamó Samuel. Este hecho demuestra la gracia, misericordia y compasión de Dios. Samuel sería el profeta que declararía la palabra de Dios y ungiría a un rey conforme al corazón de Dios.
Cuando llegó el momento de adorar de nuevo, Ana pidió a su esposo Elcaná quedarse en casa hasta que el niño fuera destetado (aproximadamente a los tres años), para luego llevarlo al templo y cumplir su promesa de dedicarlo al Señor por el resto de su vida (1 Samuel 1:25-28). La confianza de Ana en Dios para sostener a su hijo era inmensa al dejarlo en el templo siendo tan pequeño.
El mensaje fundamental del pasaje es claro: Dios no ignora la oración de quienes se humillan ante Él. Él no solo escucha, sino que también responde las oraciones conforme a su voluntad. La demanda para el pueblo es, por lo tanto, adorarle por el resto de sus vidas, viviendo para su gloria, porque tienen un Dios que los escucha y responde cuando se humillan.
Dios escucha el clamor de sus hijos y tiene el poder para responder y rescatarlos de cualquier adversidad. Así como un padre humano, aunque limitado, desea ayudar a sus hijos, cuánto más Dios, el Padre celestial, que no tiene límites, puede aliviar el dolor y responder las peticiones. Jesucristo mismo dijo en Mateo 7:7-11: "Pidan, y se les dará; busquen, y hallarán; llamen, y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá."
Es crucial recordar las oraciones que Dios ha contestado. Ignorar estas respuestas es un error. Si bien Dios responde, a veces lo hace con un "no" que es para nuestro bien, para que crezcamos en carácter y seamos más como Cristo. Aunque el proceso sea doloroso, ese "no" es una expresión de su cuidado y amor paternal.
La respuesta de Ana a la gracia de Dios fue la adoración, tanto con sus palabras como con la entrega de su hijo al Señor. Esta debe ser también la respuesta ante las oraciones contestadas: una vida de adoración y devoción a Dios. Una vida de adoración es lo mínimo que se puede ofrecer por todas las veces que Dios ha respondido y provisto.
La certeza de que Dios escucha y responde las oraciones no se basa en la obra humana, sino en la obra de Cristo. Ana entregó a su hijo para servir al Señor, pero Cristo derramó su sangre y entregó su cuerpo para servir a pecadores. Ana sufrió burlas, pero Cristo sufrió burlas y maltrato físico para rescatar a los hijos de Dios. Ana oró por un hijo, pero Jesús murió y ascendió al cielo para interceder por los hijos de Dios. Gracias a Cristo, las oraciones son escuchadas y contestadas.
Si alguien aún no ha creído en Cristo, la primera oración no debería ser por necesidades físicas, sino por el perdón de pecados. Pedir a Dios que revele a Cristo, que quite la ceguera espiritual y que dé fe para creer. Después, se pueden presentar las necesidades físicas. La vida de George Müller, quien documentó más de cincuenta mil oraciones contestadas, es un testimonio poderoso de que Dios escucha y responde las oraciones hechas con fe y conforme a su voluntad por aquellos que han creído en Jesucristo.
Es necesario poner la fe y la esperanza en Cristo y humillarse ante el Señor, porque Él escucha y responde el clamor de los que se humillan. Por lo tanto, se debe descansar en Él y adorarle.
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